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Sostenibilidad, seguridad y resiliencia: el próximo espacio

11/08/2025
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La exploración y utilización del espacio están entrando en una nueva era. La humanidad está cruzando una nueva frontera. La mayor facilidad de acceso a la órbita, la creciente presencia de agentes comerciales, la rápida expansión de la economía espacial y la actual situación geopolítica están transformando la forma en la que los seres humanos conciben las actividades más allá de la atmósfera terrestre. Ya no es solo la órbita terrestre baja (LEO) la que se está llenando de satélites, sensores e infraestructuras espaciales complejas pero vitales. Toda la economía espacial está experimentando un crecimiento sin precedentes.

De las comunicaciones globales a la defensa, de la observación de la Tierra a la navegación, de la ISS a la cislunar, la Luna y más allá, el espacio se ha convertido en un ámbito de acción invisible pero esencial.

De ahí la urgencia de poder no solo acceder y observar el espacio desde y hacia la Tierra, sino también de actuar, construir y, en algunos casos, reaccionar, en el espacio.

Sin embargo, a medida que se multiplican las oportunidades, también lo hacen las vulnerabilidades y las necesidades de contar con reglamentos, coordinación y colaboraciones clave.

Consecuentemente, la sostenibilidad, la seguridad y la resiliencia ya no son valores deseables, sino condiciones esenciales para la supervivencia del «próximo espacio» y pilares estratégicos para las empresas espaciales, los gobiernos y las organizaciones internacionales.

El «próximo espacio», un cambio de paradigma

En este contexto, el «próximo espacio» no es solo una evolución tecnológica, sino un cambio de paradigma. Se trata de construir un ecosistema espacial que pueda perdurar en el tiempo, que esté protegido frente a las crecientes amenazas y que pueda adaptarse a acontecimientos inesperados, tanto naturales como artificiales.

Del mismo modo, el espacio ya no es solo un ámbito científico o de aplicaciones, ni un asunto exclusivo de unas pocas superpotencias. Se ha convertido en un terreno fértil para nuevas empresas audaces, inversiones privadas multimillonarias y «una nueva geopolítica que abarca la órbita terrestre baja, el espacio cislunar, la Luna, Marte e incluso los objetos cercanos a la Tierra».

El «próximo espacio» no se definirá únicamente por las tecnologías que utilicemos, sino por las decisiones sistémicas que tomemos hoy:

¿Qué tipo de presencia quieren crear los humanos alrededor y más allá de la Tierra?

¿Cómo regulamos el acceso a la órbita?

¿Cómo construimos infraestructuras eficientes?

¿Cómo protegemos los activos espaciales?

¿Cómo distribuimos de manera equitativa los beneficios del uso del espacio y los «resultados» de la economía espacial?

¿Cómo difundimos datos científicos clave para facilitar el conocimiento y la protección/conservación de la Tierra? ¿Cómo lo trasladamos a la Luna, los objetos cercanos a la Tierra y Marte?

¿Cómo planteamos las exigencias para la convivencia desde muchas y muy diferentes perspectivas: institucional, comercial, científica, inspiracional, militar?

¿Cómo inspiramos a los jóvenes talentos e informamos a la población mundial?

¿Y si rompemos el tabú del uso pacífico del espacio exterior?

Lo que está en juego no es solo el futuro de la industria espacial, sino la calidad de nuestro futuro como civilización interconectada, en este planeta y más allá.

Sostenibilidad: más allá de la Tierra, también en órbita

El espacio sigue siendo con frecuencia una dimensión invisible de la vida cotidiana. Sin darse cuenta, la mayoría de la gente se beneficia diariamente de los servicios de más de 100 satélites, desde la navegación y las previsiones meteorológicas hasta las comunicaciones y las transacciones financieras. Sin embargo, a medida que se intensifica la actividad espacial, también aumentan los retos para garantizar su viabilidad a largo plazo.

La sostenibilidad espacial, en la Tierra a través del espacio, pero también en/sobre la órbita y del espacio a la Tierra, ya no es opcional; es una obligación que abarca dimensiones medioambientales, económicas, políticas y éticas.

La órbita de la Tierra está cada vez más congestionada. En la actualidad, existen más de 11.000 satélites activos y más de 40.000 objetos de desechos rastreables, restos de lanzamientos, fracasos de misiones y colisiones, con unos 140 millones de fragmentos de un tamaño inferior a 1 cm. Estos fragmentos, que viajan a velocidades superiores a 28.000 km/h, suponen graves amenazas para el acceso al espacio y para las infraestructuras vitales en órbita.

El auge de las megaconstelaciones ha revolucionado claramente la conectividad, pero el bajo coste y la velocidad de despliegue de los satélites suponen un riesgo de saturación del mercado y competencia desleal. Los actores espaciales más pequeños o emergentes pueden verse desplazados, y la falta de una normativa mundial clara crea un entorno en el que el éxito comercial podría producirse a costa de la sostenibilidad a largo plazo.

Aunque el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre de 1967 establece que el espacio es competencia de toda la humanidad, carece de fuerza vinculante y las declaraciones voluntarias existentes continúan siendo insuficientes. Necesitamos contar con nuevos marcos y mecanismos reglamentarios para garantizar la transparencia, la seguridad y el acceso equitativo a los recursos orbitales. Los gobiernos, las agencias espaciales y los agentes privados deben colaborar para armonizar las normas y promover un comportamiento responsable. Lamentablemente, la actual situación geopolítica añade complejidad al sistema global.

Más allá de la órbita, también debemos tener en cuenta el impacto medioambiental de las operaciones de lanzamiento y las actividades de fabricación. La industria espacial está empezando a adoptar tecnologías más ecológicas, como vehículos de lanzamiento reutilizables, propulsores no tóxicos y materiales reciclables. Al mismo tiempo, los satélites y otras infraestructuras espaciales proporcionan un apoyo fundamental para la vigilancia del clima, la respuesta ante catástrofes, la agricultura, la gestión del agua y la planificación urbana sostenible. Estas contribuciones refuerzan de forma directa las iniciativas mundiales de desarrollo y demuestran cómo el espacio puede ser un motor de cambio positivo en la Tierra.

De cara al futuro, la economía espacial está evolucionando para incluir capacidades de servicio, montaje y fabricación en el espacio que amplíen la vida útil de los satélites, reduzcan las necesidades de lanzamiento y permitan la construcción de estructuras orbitales complejas. Esto reduce los residuos, disminuye los costes y aumenta la flexibilidad de las misiones.

A medida que la actividad humana se extiende a la Luna y Marte, el uso responsable de los recursos espaciales, la preservación de los entornos planetarios y la reglamentación legal de las responsabilidades y las propiedades adquieren una importancia vital. El sector está estudiando formas de extraer y utilizar materiales extraterrestres sin repetir los errores cometidos en la Tierra. También están cobrando importancia la protección planetaria ética y la realización de un mejor seguimiento de las naves espaciales y los desechos. Estos avances marcan el paso de las misiones a corto plazo a una presencia duradera y responsable en el espacio.

Y es que, en última instancia, la sostenibilidad espacial debe convertirse en un valor fundamental en todo el sector espacial. Para ello, habremos de integrar prácticas sostenibles en cada fase de la actividad, desde el diseño y la fabricación de la misión hasta las operaciones y el desmantelamiento. Y se requiere la colaboración entre naciones, empresas y organizaciones internacionales para garantizar que el espacio continúe siendo un dominio seguro, equitativo y accesible.

No obstante, también habrá de ser sostenible desde el punto de vista económico. Pese a que la innovación tecnológica y los marcos reglamentarios desempeñan un papel fundamental en la consecución de la sostenibilidad medioambiental, la sostenibilidad económica es el eje que garantiza que estas iniciativas sean viables, ampliables y duraderas. Es el pilar fundamental que permite a las empresas espaciales innovar, crear valor añadido y operar con eficacia.

Al igual que sucede con otras empresas que se enfrentan a retos de sostenibilidad, el progreso requerirá un compromiso a largo plazo, reglamentos estables y una responsabilidad compartida. Sin embargo, lo que está en juego es evidente: garantizar el futuro del espacio significa preservar su potencial para beneficiar la vida en la Tierra y más allá.

Seguridad: una infraestructura orbital vulnerable y un nuevo ámbito de actuación

La seguridad, por su parte, es un concepto cada vez más complejo. No se trata solo de proteger los satélites de ciberataques o interferencias físicas, sino también de garantizar la fiabilidad de infraestructuras críticas de las que dependen servicios civiles, militares y comerciales. El espacio se ha convertido en una extensión de la red digital: la seguridad de las comunicaciones, la navegación y la observación por satélite depende de la integridad de los sistemas que orbitan sobre nuestras cabezas. Y a medida que los equilibrios políticos se hacen más inestables, las propias órbitas se vuelven objeto de disputa, a menudo opacas y contadas ocasiones reguladas.

En 2022, un satélite fue blanco de un ciberataque justo antes de que se produjera la invasión rusa de Ucrania. Este incidente, por desgracia no aislado, ofreció pruebas concretas de que el espacio se ha convertido en parte integrante de la seguridad nacional y mundial. Los satélites ya no son meros instrumentos de observación o comunicación, sino nodos estratégicos de una vasta red interconectada. Un fallo de funcionamiento o un ataque en órbita pueden perturbar las infraestructuras terrestres, desde el transporte hasta las finanzas, pasando por los sistemas de respuesta ante catástrofes.

Estados Unidos ha publicado la Directiva de Política Espacial-5, que proporciona directrices para la ciberseguridad espacial. Europa, con su Estrategia Espacial de la UE para la Seguridad y la Defensa (2023), hizo hincapié en la necesidad de proteger los activos orbitales y garantizar la autonomía estratégica del continente. No obstante, la carrera hacia la militarización del espacio ya está en marcha: China, Estados Unidos, Rusia e India han probado o amenazado con usar capacidades antisatélite (ASAT). Europa se prepara para hacer lo mismo a escala mundial y en los Estados miembro. Los gobiernos europeos se están coordinando con sus agencias espaciales. La ausencia de un tratado moderno que prohíba las armas en el espacio deja margen para escenarios alarmantes.

No es solo un problema de los gobiernos. Las empresas privadas también deben afrontar estas realidades. Las misiones comerciales necesitan protección contra interferencias, falsificaciones, ciberataques y riesgos de colisión, al mismo tiempo que intentan preservar su competitividad global. En un contexto en el que los satélites comerciales proporcionan datos muy sensibles, desde los movimientos de los barcos hasta las condiciones agrícolas, la seguridad espacial se convierte en una cuestión de gobernanza de datos y soberanía digital.

Resiliencia: soportar el cambio, evolucionar a través de la complejidad

La resiliencia, por último, es lo que separa las estrategias a corto plazo de la visión a largo plazo. No basta con lanzar un satélite: debemos diseñar sistemas que puedan adaptarse, que resistan fallos, ataques, alteraciones climáticas o cambios reglamentarios. La resiliencia es, en efecto, tecnológica, por sus plataformas modulares, actualizables y autónomas, pero también es económica, ya que implica crear modelos de negocio flexibles capaces de capear las crisis financieras o las fluctuaciones del mercado. Y posee una dimensión política, quizá la más delicada, que pasa por la creación de alianzas, la promoción de normas compartidas y el desarrollo de una gobernanza espacial mundial no basada en el poder, sino en la cooperación.

La resiliencia permite a los sistemas soportar tensiones y, lo que es más importante, adaptarse y evolucionar. En el espacio, esto se traduce en tecnologías modulares, arquitecturas distribuidas y redundancia operativa.

Los nuevos CubeSats, por ejemplo, permiten distribuir la vigilancia y las comunicaciones en miles de pequeñas unidades, reduciendo la vulnerabilidad a los puntos únicos de fallo. Pero la resiliencia es también una estrategia a nivel de sistema.

El programa Artemis de la NASA, cuyo objetivo es llevar seres humanos de vuelta a la Luna y construir una estación espacial lunar (Gateway), se concibió como ejemplo de resiliencia en forma de asociación internacional, normas abiertas, intercambio de datos y flexibilidad operativa. Del mismo modo, la Agencia Espacial Africana y el proyecto Skylight de la ONU para la vigilancia humanitaria por satélite demuestran que la resiliencia es una cuestión de inclusión global, ya que no podemos construir un ecosistema espacial sostenible dejando atrás a la mitad del planeta.

Y también es una cuestión económica. Las inversiones espaciales, que alcanzaron más de 500.000 millones de dólares en 2023, según la Space Foundation, están expuestas a la volatilidad geopolítica, los fallos tecnológicos y los cambios normativos. Se necesitan nuevas herramientas: capital paciente, fondos públicos de garantía e incentivos que apoyen la innovación sin desplazar a los agentes más pequeños. La futura economía espacial no solo debe brillar en tiempos de crecimiento, sino que también debe estar preparada para capear las crisis.

¿Y el talento?

En este «próximo espacio» en evolución, configurado por los imperativos de sostenibilidad, seguridad y resiliencia, se necesitan muchos recursos, pero uno de ellos resulta sin duda más vital que cualquier otro: el talento. A medida que surgen nuevas tecnologías y crece la demanda de infraestructuras orbitales, la capacidad de inspirar, atraer, educar y retener a personas altamente cualificadas se convierte en una prioridad estratégica. No se trata solo de planificar la mano de obra; se trata de cultivar la próxima generación de pensadores, ingenieros, responsables políticos y líderes capaces de navegar por un sector cada vez más complejo, interdisciplinar y global. Necesitamos vías diversas e inclusivas que animen a los jóvenes a verse a sí mismos en puestos relacionados con el espacio. Además, la retención requiere algo más que salarios o éxito en las misiones: exige propósito, flexibilidad y oportunidades de aprendizaje permanente en entornos en los que el crecimiento personal y la excelencia técnica vayan de la mano.

En esta era del «próximo espacio», el talento no es un subproducto de la inversión, es su fundamento mismo, es el futuro.

Conclusión: una visión compartida sobre el espacio del futuro

El «próximo espacio» no lo definirá una sola nación, una sola tecnología o una sola empresa. Surgirá de decisiones colectivas que entrelazarán ciencia, innovación, economía, política y cultura.

La sostenibilidad, la seguridad y la resiliencia no son prioridades aisladas, sino principios rectores de una presencia humana en el espacio que no pretende simplemente «conquistar», sino habitar, proteger y compartir.

Construir este futuro exige un liderazgo responsable, una gobernanza multilateral y una innovación distribuida.

También exige una inversión audaz y a largo plazo en talento, para inspirar, educar y capacitar a las personas que imaginarán, diseñarán y liderarán esta nueva era. Sobre todo, requiere una nueva ética de la creación espacial, basada no solo en el progreso tecnológico, sino en la justicia, la cooperación y la responsabilidad hacia las generaciones futuras.

El «próximo espacio»: por un espacio que no solo se conquiste, sino que se habite.

El papel de GMV en el ecosistema del «próximo espacio»

En el paradigma emergente del «próximo espacio», GMV desempeña un papel central en la configuración de un entorno espacial no solo tecnológicamente avanzado, sino también seguro, sostenible y resiliente. Como una de las principales empresas europeas de tecnología espacial, GMV aporta capacidades críticas para garantizar el acceso seguro y la actuación en órbita, proteger las infraestructuras estratégicas y promover el uso responsable de los recursos espaciales.

La experiencia de GMV abarca la gestión del tráfico espacial (STM), el conocimiento de la situación espacial (SSA), la mitigación de la basura activa, el servicio en órbita, incluyendo el repostaje y el montaje, las operaciones de misión y la ciberseguridad, lo que la convierte en un facilitador clave de las iniciativas europeas para salvaguardar los activos orbitales y reducir los riesgos medioambientales. Su participación activa en misiones y programas emblemáticos subraya su importancia estratégica, sobre todo a la hora de configurar normas operativas y vías tecnológicas para lograr un uso más coordinado y seguro del espacio.

Más allá de la tecnología, GMV adopta un enfoque sistémico de la economía espacial, abogando por la gobernanza colaborativa, los estándares abiertos y la integración de marcos éticos y reglamentarios que equilibren la innovación comercial con la gestión planetaria a largo plazo. Además, la empresa también invierte en atraer y retener talentos de la próxima generación, dado que reconoce que el capital humano es fundamental para construir un sector espacial capaz de adaptarse y prosperar en un contexto geopolítico y tecnológico en rápida evolución.

En definitiva, el papel de GMV en el «próximo espacio» no es solo el de proveedor de sistemas avanzados, sino el de arquitecto comprometido de un futuro espacial sostenible, seguro y resiliente.

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