Contando historias

Telling stories

Londres, 1990. Cada mañana, de camino a la estación de metro de Green Park, una imagen entretenía mi paseo. A través de los visillos de una casa victoriana descubría la figura de una mujer de mediana edad escribiendo en su ordenador. La imaginaba contando historias, como deseaba hacerlo yo, algún día, desde mi hogar.  Acababa de terminar la carrera, y como tantos jóvenes, marché a Inglaterra para poner en práctica el inglés que estudié, pero que no hablaba ni lograba entender.      

Casi un año más tarde, me despedía de una inolvidable ciudad para comenzar mi carrera profesional en mi idioma, y en mi país. Por entonces tenía todo por hacer y por aprender. La juventud y una salud intacta me permitían responder a la demanda diaria de cada cierre de edición, afrontar jornadas maratonianas con viajes incesantes, e incluso subir de dos en dos las interminables escaleras que comunicaban Torre Picasso con Moda Shopping para recoger mi moto de regreso a casa. Fueron muchos años de trabajo por cuenta ajena, quince en total, en los que aún no había oído hablar de brotes inflamatorios, de medicamentos de síntesis biológica y, ni mucho menos, del gen HLA-B27 positivo implicado en la enfermedad autoinmune que padezco.

Como tampoco había oído hablar de Enron, la empresa cuya quiebra en 2002 revolucionó, entre otras cosas, el status quo de Deloitte, donde trabajaba por entonces. Junto a su presidente, un año antes, había presenciado incrédula en TV el insólito impacto contra las Torres Gemelas, primero una, luego la otra. Ambos derrumbamientos marcaron nuestra historia, como marcó el derrumbamiento de Enron la de las Big Five, que se quedaron en cuatro. Asimismo, nos recordaron lo frágil y efímero que puede resultar el más colosal rascacielos, una de las mayores empresas norteamericanas… o la propia vida. Estos imprevisibles hechos, tras años de trabajo bajo el amparo y la tutela de empresas y profesionales, me impulsó a perseguir mi anhelo de contar historias por mi cuenta.

Más historias

El desembarco en España de la principal empresa tecnológica mexicana, la consolidación de la única asociación de directivos TIC de la Administración, el primer congreso Europeo de discapacidad que se celebró en Madrid... fueron algunas de las historias que hice mías como trabajadora autónoma. Aquella condición me permitió, durante otros quince años, conciliar el trabajo con una enfermedad autoinmune que afloró a los pocos meses de pagar mi primera cuota de la Seguridad Social, que mermaba mis capacidades físicas, y que había que encajar. Por ello, cuando en la Jornada de Sensibilización en Materia de Diversidad de GMV, el atleta Eduardo Carrera compartió lo que supuso para él aceptar su nueva realidad, no pude entenderle mejor. Asumir que tu cuerpo no puede ir al ritmo de tu revolucionada mente requiere de un adiestramiento, en mi caso autodidacta, que catorce años después del diagnóstico, sigue suponiendo un reto diario. Mi nueva realidad, como la de más personas de las que se pudiera imaginar, requiere adaptar el trabajo a las capacidades que cada día permite un cuerpo cuyas propias defensas intentan agredirlo de forma incesante.  

A mis 48 años y con un 44% de discapacidad, no imaginaba otra manera de conciliar mi “autoinmune” con el trabajo que no fuera como autónoma. GMV y yo apenas nos conocíamos.  Durante un par de años colaborando con ella descubrí un Grupo de Mentes Vibrantes, fruto de una semilla innovadora y emprendedora que en 36 años, se ha convertido en un espectacular grupo humano nutrido por la diversidad, la humanidad y el talento provenientes de la igualdad de oportunidades que brinda.     

Hoy ya no viajo en moto, ni he de salvar pirámides de escaleras para llegar al trabajo. Mi empresa pone medidas para ser accesible, diversa, inclusiva. Podría profundizar en la Alianza #CEOPorLaDiversidad de la que forma  parte GMV, como de su estrategia de inclusión e igualdad de oportunidades, de sus redes de colaboración (Fundación ONCE, Fundación Adecco, Mujeres por África…) o de que más de un 24% de la plantilla somos mujeres, en un sector, hasta la fecha, predominantemente masculino. Pero he preferido contar mi historia, al final, una historia que ya forma parte de la empresa con la que hoy, cinco años después de conocernos, escribo gracias a una flexibilidad que se adapta a mis circunstancias.  

                                                                                                   Autor: Maole Cerezo

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