50 meters under

SOS Artic

El punto más al norte al que hemos llegado es N 65° 10'. Y lo nuestro nos costó. 

El día anterior, al llegar a la base norteamericana DYE3, estuvimos toda la tarde leyendo previsiones meteorológicas y concienciándonos de que muy probablemente no llegaríamos. 

Eolo, insisto, es caprichoso, y si él sabe que has hecho el esfuerzo de imaginar tu futuro de una forma, ¡zas! Lo cambia todo, solo para mantenerte on your toes. Alerta.

Seguimos al sol, en su camino hacia el horizonte, y al caer la noche, desde la tienda de habitabilidad, mi compañero Juanma y yo escuchamos gritos de júbilo. Llevábamos todo el día ahí metidos, intentando sobrevivir al infernal campo de sastrugis que nos hacía saltar por los aires en el interior de la tienda. Todas las cosas que mantenemos dentro del módulo de habitabilidad, cual gas, poco a poco conquistaban cualquier resquicio de espacio y colonizaban toda la superficie, incluso intentando sumergirnos a nosotros, durante las infinitas horas... moviéndonos como un bol de frutos secos mecidos por una mano en la terraza de un bar.

Mareados, doloridos y cayéndonos sobre las cosas que se encontraban desperdigadas, nos asomamos, descorriendo la cremallera de la puerta al exterior. Allí, a lo lejos, recortada frente a la puesta de sol radiante que lucía en el cielo despejado, se encontraba una pequeña bolita blanca. El primer relieve que habíamos visto en casi semana y media. 

La sequía sensorial había sido tal, el viaje tan sufrido y la recompensa tan dulce que se nos saltaron las lágrimas. Habíamos llegado. Contra todo pronóstico, contra viento y... bueno más viento, porque marea no hay: por fin habíamos llegado a nuestro primer destino del viaje.

El cuento de nunca empezar. Pero por fin había empezado.

Si el trineo pudiera derrapar hubiéramos derrapado, y si los compañeros del módulo de pilotaje hubieran tenido unos cuantos años menos se habrían quitado las gafas de sol, con la melodía de CSI Miami sonando de fondo con su famoso "YEEAAAAAAH". Horatio hubiera estado orgulloso.

Pero la diferencia de edad es la que es y creo que aquello quedó solo en mi mente.

Pero el feeling era ese. Emocionados, orgullosos, satisfechos y con muchas, muchas ganas de explorar. De darle a nuestros cerebros un baño de estímulos, por fin.

Paramos el trineo y en seguida nos acercamos al casi, kilómetro que nos separaba de la base para verla de cerca.

La pequeña cúpula esférica que había divisado desde habitabilidad medía en realidad unos 15 metros de alto.

Pero, tenéis que tener esto en cuenta: ¡esos quince metros son ahora la única parte visible de una estructura de más de 40 metros! El resto ha sido engullido, desde que se abandonara la base a principios de los años noventa por la nieve y el hielo. En torno a la cúpula y la pequeña pasarela que la rodea había un hueco, un vacío en forma de toroide que complicaba bastante el acceso. De hecho, sin material técnico nos hubiera sido imposible acceder al interior por completo. 

Después de una breve evaluación de los ventisqueros y cornisas que la rodeaban, decidimos que al día siguiente a primera hora iríamos a explorar la base. Momentazo de alegría después del pequeño susto al ver lo inaccesible que se había vuelto.

Una cena breve, una buena noche de descanso y a día siguiente, ¡en marcha!

Rapelamos las cornisas hasta el suelo del amplio hueco en torno a la estructura y escalamos hasta la estrecha pasarela. La cúpula está compuesta por paneles triangulares y un par de ellos cercanos al suelo eran escotillas abiertas. 

Dentro, el eco, la falta de viento y la luz que se filtraba por el material de la cúpula, creaban una atmósfera completamente contraria a la ventisquilla que había en el exterior. Daba sensación de amplitud, irónicamente. 

Un pajarillo, fallecido a saber cuándo, se había sido colocado sobre las estrechas vigas que sujetan los paneles de la cúpula por dentro. Encontramos también un par de máscaras de gas en otro rincón, que junto con el pequeño pajarillo muerto empezaban a darle ya un ambiente algo turbio al sitio. Muy de videojuego. Aquí empezó la fiebre de las fotos.

Al descender al primer nivel subterráneo con cuidado por unas escaleras completamente heladas, nos recibió la que hemos apodado como "sala de los cristales". Una infinidad de carámbanos de hielo de todas las formas y tamaños caían inmóviles desde el suelo o surgían del suelo cubierto por la nieve que el viento claramente había colado dentro a lo largo de los años. Una auténtica cueva kárstica de hielo, en mitad del Ártico. 

Fotos, fotos, fotos.

Un nivel más abajo, comenzaba el reino de la moqueta. Ah, los americanos y su amor por las moquetas... Sin duda estábamos en la base correcta. Fotos, fotos.

Habitaciones de antiguos trabajadores, cada cual tan distinta a su vecina como lo fueron sus inquilinos en su día. La mayoría tenían libros, ciencia ficción en su mayoría, o revistas, Science y National Geographic sobre todo. Pero había también habitaciones completamente vacías y algunas muy, muy retorcidas por el hielo que había ido aprisionándolas con el tiempo. Fotos, fotos.

Y por supuesto, una habitación llena de pósters porno. Cómo no, tan cliché. Fotos, fotos. También baños usados, aunque suponemos que por las otras pocas personas que pudieran haber visitado este lugar posteriormente a su abandono. 

En general un sitio desvencijado y en leeeeeeeeeenta decadencia. Lo último en descomponer será la moqueta, no tengáis duda.

Fotos, fotos.

No había olores, claro, demasiado frío. Tampoco humedades ni mohos de ningún tipo. Solo las manchas de cuando todavía estaba operativo. 

Recorrimos pasillos y habitaciones sin parar, ávidos de aventura, a lo largo de todo el segundo nivel. Equipados de nuestros frontales descubrimos la sala de trabajo, su estación de radar, la sala del té (suponemos), con mesitas bajas y sofás reclinables de esos que hacen difícil levantarse... Fotos, fotos, fotos.

En los siguientes niveles encontramos más habitaciones y otras tantas cámaras con distintas funciones y ya en el nivel último la estrella del show: el bar. Mesa de billar y botella de ron abierta, por supuesto. Fotos, fotos, fotos, fotos...

En las paredes, apuntados, los mensajes de las otras personas que habían estado ahí y un marcador de la última partida que se había hecho. Los compañeros, que beben alcohol, le dieron un tiento al ron. Estaba especialmente rico, parece ser. Una caja del juego Risk abierta y con todas las piezas todavía (no puedo conciliar el hecho de haberme encontrado ese juego en una base americana de la guerra fría, way too meta), plantas de plástico adornando las esquinas, ajedrez, una mesa de ping-pong y un futbolín. ¡Super equipada!

Aquí, en el último nivel a más de -30 °C pasamos mucho más tiempo que en cualquier otro sitio de la base, grabando videos (y sí, haciendo fotos) y añadiendo nuestro mensaje al muro de los recuerdos que se había creado allí. Los primeros en estar en 2022. Y probablemente los últimos, tampoco es que sea muy fácil llegar a este punto.

Una breve visita a los almacenes de comida y frigoríficos, la cocina y el comedor y tras coleccionar unos pocos souvenires, emprendimos el camino de vuelta arriba. Además, mi compañero Carlos se estaba empeñando en ir probando todo lo comestible que nos encontrábamos y había dudas de si llegaría arriba antes de que la diarrea hiciera su aparición.

(¡Al final no le dio diarrea! Se ve que está todo super bien conservado, por lo que sea...).

De no haber sido por el frío, que robaba el calor corporal más rápido de lo que a priori hubiera pensado, hubiéramos echado la mañana y la tarde allí. 

Pero en algún momento teníamos que volver a nuestra realidad helada, plana y blanca. ¡Vuelta al vacío sensorial. ¡Bieeeeen!

Deshicimos el camino hecho y nos tomamos unas sopitas en el trineo, muy felices y comentando lo vivido esa mañana. Hacia el final del día comenzamos a planear el viaje de regreso: habíamos superado el ecuador del viaje. 

Esperábamos hacer la segunda parte de la travesía en bastante menos tiempo que la primera, pero esta era la más delicada: la parte este del domo sur está mucho más cerca de la costa que la oeste, y nosotros tenemos que mantener un equilibrio precario, caminar la cuerda floja en la altitud correcta. Demasiado abajo y encontraríamos grietas muy peligrosas, ya que los glaciares de la costa este son muy activos. Demasiado arriba y el viento muere, dejándonos de nuevo en un agujero negro de viento. Si lo seguimos, el viento teóricamente se amolda a la forma del domo, girando en torno a su pared cuando este se redondea en su sección meridional. En resumen: con viento norte deberíamos llegar de vuelta sin problema. Esa era la t e o r í a.

 

Autor: Lucía Hortal

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